Estaba pensado en enseñaros las fotos del último viaje a Viena pero con el frío mortal que hace he elegido un destino mejor, cálido y espectacular: Gambia. Fue uno de los viajes más especiales que hicimos, una experiencia totalmente nueva que no vamos a olvidar nunca. Fue hace un montón de años, en 2007. Teníamos 24 años, no llevábamos ni un año juntos, antes de mudarnos a Frankfurt, antes de volver a España, antes de la boda y muchísmo antes de que El sofá amarillo fuese siquiera una idea de proyecto.

Lo reconozco: buscábamos un destino más o menos cercano y de calorcito. Después de todo el verano trabajando encerrados en Madrid, era noviembre y no habíamos pisado la playa. La intención era descansar y descansar pero descubrimos un país tan precioso y una gente tan encantadora que no nos quedamos ni un día en el hotel, hasta nos fuimos de excursión por la selva a dormir a unas cabañas. En 4×4, en ferry, en bus y hasta en cayuco. Las fotos no son gran cosa, no teníamos ni cámara buena ni idea de fotografía, pero nos lo pasamos en grande.

Teníais que ver mi cara de emoción gritando: «¡¡¡son baobabs, como los de El principito!!!». Momentos de paletismo como este se sucedieron hasta el infinito a lo largo del viaje, lo reconozco.

El ferry cargado hasta las trancas, y lleno de niños que iban preciosos con su uniforme al cole al otro lado del río.

Termiteros de dos metros de alto, parecían castillos de arena pero a lo bestia.

Viajes de horas en autobús para recorrer cincuenta kilómetros, con paradas para tomar té y pan con nocilla, era genial.

El viernes en el mercado, con todas las mujeres guapísimas, arregladísimas y conjuntadísimas. Intentaron enseñarme cuarenta veces a ponerme así el pañuelo y nunca lo conseguí.

Muy fan del burrotaxi, más rápido y eficaz que cualquier coche.

Viaje superrelajante en cayuco por el rio Gambia, liso como un plato. Por la zona de esos árboles había hipopótamos, yo quería acercarme más y me miraban con cara de «cállate, paleta». No me lo dijeron porque eran muy educados pero lo pensaban seguro. Y con razón.

El poblado genial donde pasamos una de las noches, rodeados de monos y sin luz eléctrica. Yo pensaba que no podría dormir con sapos en la cabaña y sí, se puede, y la mar de bien.

Comí más sandía que en toda mi vida junta. Dentro de que eran cabañitas de paja y que no había luz, estaba preparadito para turistas urbanitas como yo, no acostumbrados a la vida selvática. Tú te sentías igual todo un aventurero explorador… pero no. :)

Círculos megalíticos de Senegambia. De esto entendí que eran monumentos funerarios pero la verdad es que yo estaba a lo mío, jugando con los niños, buscando lagartos y comiendo cacahuetes que me daba un señor mientras los iba recogiendo del suelo (aquí aprendí, paleta de mí, que los cacahuetes nacen en el suelo…). Tengo que añadir que comimos de todo, bebimos de todas partes y ni media cagalera. :)

Mis niños bonitos. La de azul y rojo era mi favorita, lo confieso. Jugamos a mil cosas, cantábamos y nos partíamos de risa comparándonos los brazos y las piernas. Solo hablaban fula, inglés lo aprendían un poco más adelante, así que no nos entendíamos ni media palabra.

Resumen: no os lo perdáis porque es un país increíble, pacífico, generoso y muy bien organizado. Está cerca, no se tarda apenas más que a Canarias, y de precio está genial. Al menos hace cinco años. :)

¡Un beso gigante y feliz fin de semana!

Indara